DE CAMINO
Del mismo modo que la época dorada de la pintura del paisaje no fue el naturalismo sino el romanticismo cuando, en el espíritu de la evolución de los tiempos en el arte, la obra de pintores como Friedrich o Turner puso de manifiesto que el arte no es tanto expresar la visión de un modelo determinado como la propia visión del artista, –el testimonio de una experiencia sensible– la fotografía adquirió la plenitud de su estatus como arte cuando los fotógrafos, liberados de la mera tarea de la representación y documentación de lo cotidiano, demostraron que la obra podía ser algo más transcendente que lo que la cámara era capaz de reproducir, si aportaban para ello las técnicas propias de su oficio y la creatividad de su talento artístico.
La obra de Marcos Morilla, uno de esos fotógrafos y también uno de los de mayor relieve y más brillante trayectoria en el arte asturiano contemporáneo, llega hoy a La Caridad en una exposición que será sin duda histórica, puesto que con ella se inaugura la sala de arte plástico del Complejo Cultural As Quintas, que viene a ser la cristalización de un proyecto admirable por la ambición con que ha sido concebido, la generosidad en el empeño y el esfuerzo puestos en su desarrollo y la decidida apuesta por la cultura en sus distintas manifestaciones que entraña. Un proyecto hecho ahora realidad para satisfacer el deseo, incluso necesidad, de arte que la sociedad civil de El Franco ha puesto de manifiesto en la realización de numerosas iniciativas culturales a lo largo del tiempo.
¿Y qué obra nos trae Marcos Morilla para esta exposición? Una secuencia de miradas fotográficas a la naturaleza con la que convive en el lugar, Argüero, en Villaviciosa, de su residencia, el camino que lleva desde su casa a los acantilados y las arenas de la mar cercana. ¿Son estas imágenes de condición romántica? Sin duda, porque expresan sentimientos y emociones profundas, sugerencias sensoriales que actúan con intensidad en el espectador que contempla la obra. Pero ese romanticismo no es como el de los grandes románticos de la pintura, el de los inmensos abismos y montañas, de carácter cósmico, concebida la naturaleza como una experiencia de los sobrenatural y el hombre sobrecogido ante ella en su insignificancia. Por el contrario, estamos ante una comunicación con la naturaleza sin retórica, en pie de igualdad, ante la visión de un paisaje a escala humana, una mirada desde el amor y el goce de lo cercano, de un ensimismamiento un poco zen, de una comunicación en soledad y silencio con una disponibilidad total de los sentidos. Se ha mimetizado el artista con su entorno hasta conseguir que su alma se parezca al paisaje y esa percepción la sentimos también un poco nuestra en la contemplación.